Molly Schrader empezó a trabajar en Dallas ISD como coordinadora digital hace más de un año. Se mudó a Dallas de Austin en 2020 luego de graduarse de la Universidad de Texas en Austin. Es superfán de Taylor Swift, amante de los animales y le encanta viajar por el mundo. Le pedimos compartir algunos comentarios sobre su identidad en esta celebración del Mes de la Herencia Asiático-Americana y de las Islas del Pacífico.
Hay cosas en esta vida que uno puede controlar y otras que no. Una de esas cosas es cómo te perciben los demás, y estoy segura de que puedes adivinar en cuál de esas dos categorías cae. Algo bello en la vida, y algo que he aprendido que te puede liberar, es quién eliges ser y las decisiones que tomas en la vida. Muchas veces, no puedes controlar algunas partes de tu identidad como el lugar donde creciste o quiénes son tus familiares, pero hay algo poderoso en el grado de autonomía que puedes alcanzar si la reclamas.
Muchas veces se considera que mi generación, la generación Z, está conformada de personas llenas de ansiedad cuando se trata de identidad, de averiguar quiénes queremos ser, pero lo que encuentro yo es que esta generación se suscribe en gran parte a la idea de la liberación personal. Es liberador sentir que yo decido lo que me gusta, lo que no me gusta, quiénes me rodean, cómo me visto, y muchísimas cosas más, pero algo que nunca he podido controlar es la forma en que me perciben los demás.
Nací en Jiangmen, China, y fui adoptada por unos padres amorosos que vivían a 8000 millas de distancia, en una casa llena de mascotas en Estados Unidos. Soy su única hija. Tengo ojos almendrados, cabello naturalmente oscuro y apenas llego a los cinco pies de altura. Para la gente es fácil meterme en una categoría, presumir sin saber cuál es mi cultura y hacerme preguntas de vez en cuando raras. Estoy acostumbrada a contestárselas, pues llevo años practicando mi respuesta. Ya no me molesta —a veces la gente no sabe cómo describirlo a uno y no pueden evitar esa curiosidad.
El primer lugar donde empecé a cuestionarme mi identidad fue en la escuela. De niña, asistí a una pequeña escuela parroquial en Florida donde fui la única estudiante asiática los ocho años que estuve ahí. Desde luego, supe y sentí que era diferente. Creía que eso me hacía única o incluso especial, pero ciertos días, me llevó a sentirme aislada. Menos mal que Disney tiene una princesa asiática desde principios de los 2000, ¿verdad?
Aunque de pequeña no entendía por qué algunos niños tenían la necesidad de señalar mis diferencias físicas, había aprendido para cuando acabé la primaria que el que me cuestionaran mi identidad, y como resultado que yo me inclinara a cuestionarme a mí misma, era algo que me seguiría toda la vida. El diálogo en torno a la identidad tiene una profundidad que para muchas personas —niños y adultos— es complicada de abordar. Inclusive hoy, en el siglo XXI, la identidad sigue siendo un concepto controvertido y difícil de captar.
¿Me identifico como asiática? Solía decir que nada más me veo asiática. A lo mejor sigue siendo cierto; a fin de cuentas, era bebé cuando dejé el país que me vio nacer. Pero siempre ha sido una pregunta multifacética y larga de contestar. No fue hasta la universidad que hice amigos de color que son tan americanizados como yo pero con sus propias identidades no blancas, y que, aun así, no son para nada extranjeros.
Las cosas cambiaron luego de la pandemia, cuando había surgido una retórica antiasiática en algunos lugares. De repente se vio un cambio cultural cuando muchos jóvenes empezaron a copiar el maquillaje de los idols coreanos, a comer comida coreana y a ver series dramáticas coreanas.
Por un lado, estoy feliz de que la sociedad acepte cada vez más la cultura asiática, tal vez debido al alza en la influencia global del k-pop. Por otro, pienso a menudo en cuando era niña, cuando rechacé la idea de ser asiática y sentía que era algo de lo que avergonzarse. La identidad toca tantas partes de la vida: si se interesan en contratarte, si quieren llenar un puesto solo por llegar a su cuota de diversidad, si piensan que tú eres quien decide si algo es insensible, y así muchas cosas más. Y, en realidad, todos nos vemos influenciados por nuestro entorno. Yo crecí hablando español y comiendo arroz con pollo, pero nadie espera eso de la única chica asiática del salón.
A lo mejor nunca tendré solo una única opinión sobre mi identidad y surjan de vez en cuando inseguridades de que sea asiática, pero estoy aprendiendo a sentirme cómoda con cómo los demás me ven y no tratar de cambiar cómo me perciben. En el pasado, probablemente me hubiera molestado que me pidieran contribuir a la iniciativa de Dallas ISD para el Mes de la Herencia Asiático-Americana y de las Islas del Pacífico. Pero hoy, puedo decir que escribir esto me ha hecho recordar que mi historia es única.